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Hoy te voy a contar la historia de cuál fue el verdadero primer billete hecho de polímero plástico. Y créeme, es una historia mucho más interesante de lo que parece a simple vista. Involucra traiciones entre criminales, dictadores sanguinarios, intereses y mentiras corporativas de varias organizaciones diferentes, una de las guerras de formatos más trascendentes del siglo XX y una buena cantidad de justicia poética.
Precisamente hoy, 27 de enero, hace 34 años que se puso en circulación el primer billete de polímero plástico de Australia, los 10 dólares de 1988. A ese billete se le atribuye iniciar una de las mayores transiciones notafílicas a nivel mundial desde la invención de los billetes, el cambio de su material del papel al plástico. Esto es ampliamente conocido en círculos del mundillo, pero lo que no suele ser tan conocido es que Australia está mintiendo al mundo: ese no fue el billete pionero.
Para ver por qué, empezaremos viajando a una ciudad perdida en Estados Unidos en 1955 y asistiendo a la invención de ese puñetero papel irrompible de las pulseras que te ponen en la muñeca cuando vas a un festival de música: el Tyvek.
El Tyvek, o de como el puñetero papel de las pulseras irrompibles se descubrió por casualidad
Como muchos de los grandes descubrimientos de la ciencia, el Tyvek fue descubierto por casualidad.
En 1955, Jim White trabajaba como investigador para en la sección de materiales textiles de la DuPont, una de las empresas químicas más grandes del mundo. Un buen día, llegó a su laboratorio en la Experimental Station, las instalaciones de investigación y desarrollo que Dupont tiene en la pequeña ciudad de Wilmington, Delaware (Estados Unidos), y vio de que de uno de los tubos del laboratorio salía una especie de espuma de polietileno blanca. Como cualquier otro material que se forma por un proceso de polimerización, el polietileno es un polímero.
White se dio cuenta bastante rápidamente de las posibilidades que tenía esa espuma, y tras un periodo de cuidadosa examinación, llevó a sus jefes los resultados. Al año siguiente, en 1956, se patentó el nuevo material. A la vez, comenzó la búsqueda de un proceso de fabricación, un proyecto que fue encargado a Herbert Blades, quien años después tendría un papel providencial en la creación del Kevlar.
En 1965, DuPont registró Tyvek como nombre comercial, y en 1967, se inició su comercialización.
Al menos, esa es la historia que cuenta la propia DuPont. Herbet Blades cuenta una historia muy diferente.
En una entrevista de 2014, Blades comenta que el descubrimiento original se debe a una joven científica que compartía laboratorio con él, llamada Louise Jones. Jones estaba casada con un hombre que trabajaba en el laboratorio de polímeros de la DuPont. Hablando, él le comenta a ella que habían vaciado y limpiado un recipiente de reacción en el que estaban sintentizando polietileno de alto peso molecular, pero que habían hecho algo mal, y que de ahí salió un lío tremendo de fibras de polietileno, y sin saber qué hacer con él, lo metió en una caja de cartón.
Los contenidos de la caja de cartón debieron de llamar la atención de Louise Jones, ya que es ella la que lleva esa caja de cartón al laboratorio de Blades, diciendo que quizá sea algo interesante. La caja es asignada a Jim White, que pone las fibras en una licuadora y crea una especie de trozo de papel, lo que según Blades es un procedimiento estándar para comprobar la viabilidad de nuevos compuestos.
Después, White intentó replicar el proceso de creación, pero les fue imposible. Así que lo dejaron y pasaron a otras cosas.
Un año después, Blades recibió la famosa caja de cartón. Él sí fue capaz de reproducirlo, y no solo eso, sino que diseñó la línea de producción entera.
En la patente, efectivamente, aparecen White y Blades. Según este último, White aparece porque había escrito en su cuaderno que las fibras hacen un papel, y que ni a Louise Jones ni a su marido se les dio crédito por el descubrimiento, ya que quien decidió quien iba a ir en la patente no fue el Departamento Legal, sino el de Relaciones Públicas.
Es cierto que Blades está contando su propia versión de la historia y que nos falta la del resto de protagonistas, pero, a mí, personalmente, me parece más plausible que la de DuPont.
Sea como fuere, en 1967, DuPont empieza a comercializar el Tyvek. Y siendo un producto tan nuevo, no tienen claro del todo el rango de aplicaciones que podría tener.
DuPont y la American Bank Note Company
Una de las imprentas de billetes privadas más grandes del mundo es la American Bank Note Company, que hace no mucho cambió su nombre al nada amenazante y aún menos distópico ABCorp: un nombre bastante irónico para una compañía cuyo principal activo son máquinas replicantes de billetes.
Pero bueno, coñas aparte: la American lleva metida en el juego desde 1795, y, al otro lado del charco, son el rival a batir.
Pues bien, en algún momento de finales de los años 70 del siglo pasado, DuPont y la American Bank Note Company llegan a un acuerdo para el desarrollo de billetes hechos de Tyvek. El Tyvek ya se había aplicado y patentado en 1974 para hacer la cinta de papel que sujetaba los tacos de billetes, así que dar ese paso parecía lógico.
Y en la American no se comen mucho la cabeza con la transición al material nuevo: simplemente en vez de poner papel moneda tradicional en las máquinas, pusieron rollos de Tyvek. Sin cambios ni nada, así, a lo loco, a ver qué pasaba.
Lo primero que imprimen son unos especímenes de prueba en, al menos, cinco colores diferentes: negro, naranja, burdeos, verde y azul. El diseño de las cinco pruebas es el mismo, uno fuertemente basado en la apariencia tradicional del dólar americano.
Acuérdate de él, porque lo vamos a volver a mencionar más adelante.
Ambas impresiones iniciales, la de los billetes y la de la gente que los hizo, debieron de ser bastante buenas, porque lo siguiente que hicieron fue fabricar pruebas para los países con los que tenían contrato.
Convencer a países de que cambien su dinero no es nada fácil
Como decía antes, la American Bank Note Company era en aquel momento, y aún es hoy, uno de los principales proveedores de billetes de las Américas. A principios de 1980, tenían a unos cuantos países en cartera, especialmente hispanohablantes.
Para convencerlos, la American produjo una cortísima tirada de billetes de muestra para cada país, que hoy son rarísimas de encontrar. Y, como vas a ver, casi todos son reminiscentes de los diseños de las pruebas que vimos en la sección anterior. Por ejemplo, para Ecuador se hicieron uno de 10 sucres y uno de 100:
Para Honduras se hizo uno de 10 lempiras:
Para El Salvador se produjeron uno de 5 colones, el único fechado de toda la serie (18 de junio de 1980 en el anverso, 10 de diciembre de 1980 en reverso), y uno de 10 colores:
Y, finalmente, estos, de 10 y 20 bolívares, para Venezuela:
Ninguno de estos países fue convencido. Pero hubo otros dos gobiernos a los que les gustó lo que la American Bank Note Company ofrecía, y que aceptaron la oferta. Uno fue Costa Rica, que solo metió una patita en la piscina. El otro fue Haití, que se tiró en plancha sin mirar si había agua.
Los billetes de Haití
En 1981, Haití estaba gobernada con mano de hierro por Jean-Claude «Baby Doc» Duvalier, dictador autoritario de los de la vieja escuela que no tuvo ningun remilgo en matar a miles de haitíes que se le opusieron.
Baby Doc había ascendido al poder en 1971 a los 19 años, conviertiéndose en uno de los Jefes de Estado más jóvenes de la historia contemporánea cuando François «Papa Doc» Duvalier, su padre y dictador aún más sanguinario, murió de una enfermedad cardiovascular.
Y Baby Doc era un tío moralmente repugnante. Además de la persecución política, la malversación de fondos, el soborno y la corrupción eran generalizadas durante su «mandato». No le importaba nada pasearse por Haití en su colección de coches de lujo, mantener una flota de aviones privados o celebrar una boda por todo lo alto mientras la población de Haití tenía un 50% de paro y quien trabajaba, cobraba unos 90 dólares al mes.
Pero Duvalier el Joven también tenía un lado capitalista: se moría por atraer empresas americanas al país. Incluso les dio incentivos fiscales. Más que nada, porque dependía del apoyo americano para seguir en el poder. Y así fue que, al poco de que la administración estadounidense se lo retirara, un golpe de estado lo echó del país en 1986. Se tuvo que pasar 25 años en Francia. No volvió a Haití hasta 2011, donde moriría 3 años más tarde.
Y es en ese contexto en el que la American Bank Note Company aparece con sus billetes de Tyvek. Y Duvalier, con probablemente con algún soborno de por medio, dice que adelante.
La primera serie de billetes de polímero plástico de la historia se emite en Haití a principios de 1982, y duran 18 meses en circulación, siendo retirada en 1983. Está formada por 6 billetes, y el motivo elegido es el de antiguos presidentes del país: Papa Doc sale en el de 1, 2 y 500 gourdes, Lysius Salomon en el de 50, Henri Christophe en el de 100 y Jean-Jacques Dessalines en el de 250.
A la vez, las mismas denominaciones, junto a un billete extra de 5 gourdes, se emiten en papel moneda tradicional, con el objetivo de establecer un grupo de control para poder medir la efectividad real del Tyvek como material para billetes. Cuál es cuál se sabe por la letra del número de serie.
El experimento no tuvo éxito, y no tardó mucho en verse que el nuevo material no era adecuado para climas tropicales.
Hoy en día, son billetes relativamente dificiles de encontrar, y cuanto más alta la denominación, más dificil. Sorprendentemente, es más complicado adquirir uno en estado sin circular que circulado: Haití apenas tenía turismo, y por tanto, no salieron muchos billetes del país. Casi todos acabaron siendo destruídos al ser retirados de la circulación.
El billete de Costa Rica
En 1983, Costa Rica se convertía en el segundo país del mundo en emitir un billete de polímero. El trato que la American ofreció al país centroamericano era demasiado bueno para rechazarlo: para popularizar la tecnología, 10.000.000 de billetes se imprimirían sin coste ninguno.
Si lo piensas bien, para Costa Rica era un win-win. Si salía mal, siempre podría volver al papel moneda y al menos se había ahorrado el precio de una emisión. Si salía bien, el país se posicionaba ante la opinión pública como líder tecnológico en producción de billetes, con el prestigio que eso da.
Así que probó con un billete de 20 colones, con fecha de 29 de junio de 1983. El billete de Tyvek circuló al lado de uno exactamente igual pero hecho de papel moneda tradicional, fechado a 7 de abril de 1983. Para distinguirlos, los de Tyvek llevaban una «Z» en el número de serie.
Este experimento tampoco tuvo éxito y al poco tiempo fueron retirados de la circulación.
¿Y qué pasa con Europa?
Cruzando el charco: el Bradvek
Pues en Europa, la American Bank Note Company tenía una empresa subsidaria que operaba de manera independiente: la legendaria imprenta británica Bradbury Wilkinson & Co. Y digo tenía, porque la vendió en 1986 a la también británica De La Rue, y estos la acabarían cerrando en 1990.
Por supuesto, la American llevó los billetes de Tyvek a la Bradbury, que por temas de copyright con el nombre tuvo que renombrar el material. Para ellos iba a llamarse Bradvek, mezcla de BRADbury y TyVEK.
Y siguiendo la estrategia de su compañía madre, la Bradbury creó, al menos, dos billetes de muestra. Uno, de 250 mils, fue para Chipre, que pasó del tema:
El otro fue para la Isla de Man, que decidió probar suerte, y en 1983, emitió oficialmente el primer billete europeo de polímero, con un valor facial de 1 libra.
Y con esto, ya tenemos al tercer país que emitió billetes de polímero antes que Australia.
La aventura de la Bradbury con el material no duró mucho: De La Rue tenía sus propios planes para él. De hecho, aunque no he podido comprobarlo con pruebas, tengo la gran impresión de que el Bradvek fue fundamental para que se produjera la venta.
Sea como sea, mantén al Bradvek en la memoria. Va a volver a salir en la historia.
Cancelando al Tyvek
Al final, la experiencia de Haití, de Costa Rica y de la Isla de Man demostró que el Tyvek no era buen material para imprimir billetes.
A pesar de que era un polímero resistente al agua e increíblemente difícil de romper, resultó que la tinta no se fijaba permanentemente y, en ciertas condiciones de humedad tropical, incluso se emborronaba con el uso, haciéndolo irreconocible.
Y eso negaba la principal ventaja de un billete de plástico: que se puede mantener durante mucho más tiempo en circulación que uno de papel moneda, haciendo que la sustitución sea más infrecuente y ahorrando así costes de producción.
Pero eso no fue el fin del Tyvek como material. Hoy, por ejemplo, se sigue usando en muchas aplicaciones, que van desde las pulseras de festivales que te comentaba antes, hasta paneles de aislamiento térmico para edificios y sobres de correos.
Pero nuesta historia no acaba aquí.
Si tres países emitieron billetes de plástico antes, ¿por qué se cree que Australia fue el primero?
Como has visto, la creencia de que Australia, con sus 10 dólares de 1988 conmemorando el Bicentenario de su Colonización, fue el primer país del mundo en emitir un billete de polímero plástico es falsa.
Es una de esas afirmaciones que pasan de mano en mano sin que nadie se pare a comprobarlas, tan típicas en numismática y en notafilia.
De hecho, webs como la de la BBC, el blog del BBVA, la Wikipedia en español y hasta Billetaria (la revista profesional de producción de billetes del Banco de España) en su número especial sobre billetes de polímero, han recogido -y todavía recogen- esa falsedad.
Incluso yo mismo caí parcialmente en ella hace unos meses, cuando seleccioné el billete australiano para la sección #billetedeldía en el Twitter de ColeMone, antes de ponerme a examinar seriamente el tema.
Pero, aunque incorrecta, esta idea tiene que venir de algún lado. Y pienso que estamos ante un caso de teléfono estropeado, influido por dos suposiciones equivocadas:
a) Gente que sabe lo de Haití, pero piensa que el Tyvek no es un polímero porque a simple vista parece papel (como hemos visto, sí que lo es).
b) Gente que no sabe lo de Haití y repite lo que ha escuchado en otros lados, que son las mentiras de Australia.
Sí, las mentiras de Australia.
Pero para entender por qué Australia miente, tenemos que ver la historia de cómo se desarrolló el billete de 10 dólares de 1988.
De cuando Australia sacó un billete nuevo y, en menos de un año, lo falsificaron
Hubo dos organizaciones involucradas en el desarrollo de los 10 dólares australianos de 1988: el CSIRO (Commonwealth Scientific and Industrial Research Organisation, Organización de Investigación Industrial y Científica de la Commonwealth) y el Reserve Bank of Australia (RBA), el banco central del país.
Y en todos sus materiales de márketing, ambas organizaciones presentan la misma narrativa: Australia fue la primera.
A grandes rasgos, esta es la historia que cuentan:
La narrativa oficial: motivación
El 14 de febrero de 1966, Australia se decimalizó, pasandose al dólar australiano y abandonando la libra esterlina de la metrópolis (el Reino Unido se decimalizaría cinco años después). Eso, por supuesto, implicó la retirada de todos los billetes que habían circulado hasta ese momento, y la introducción de unos nuevos.
El 15 de enero de ese mismo año, dos tipos se reúnen en el bar de un hotel de Melbourne. Uno se llamaba Francis Papworth, un artista y diseñador que trabajaba en una planta de impresión. El otro era Jeffry Mutton, dueño de un ultramarinos que iba fatal.
¿Sabes el típico plan para hacerte millonario que surge de borrachera y que al día siguiente te das cuenta de que era una tontería del tamaño de la Sagrada Familia? Pues eso es lo que hicieron estos, con la diferencia de que ellos no lo olvidaron: iban a falsificar billetes.
Originalmente iba a ser el viejo de 10 chelines, pero al ver los billetes nuevos post-decimalización, se dieron cuenta de que falsificar el de 10 dólares iba a ser mucho más fácil. Reclutaron a un amigo llamado Dale Code, y los tres contactaron con un fotógrafo llamado Ron Adam y con uno de los mayores criminales de Melbourne en ese momento, Bert Kidd, quien financiaría la operación.
Y esta banda de falsificadores, con equipos de mpresión básicos, consiguió su objetivo: imprimieron tres tandas de billetes, cada vez con mejor calidad, y los introdujeron en circulación finales de 1966.
Se detectaron pronto, pero causó tal impacto en la sociedad australiana que la confianza en el billete de 10 dólares cayó en picado, hasta el punto de que algunas asociaciones profesionales rechazaban ser pagados con él.
Papworth, Mutton, Code y Adam serían cazados en 1967. Al primero se le declaró no culpable en el juicio, básicamente porque traicionó a los otros tres y testificó contra ellos, que acabaron en la cárcel. En 1969, fue Mutton quien repitió la jugada, esta vez contra Kidd, que fue detenido y mandado a prisión.
La narrativa oficial: el desarrollo del billete
El caso de Papworth y compañía resultó ser un toque de atención para el Reserve Bank of Australia (RBA), el banco central del país. Enfadado, el gobernador de la institución H.C. Coombs, alias «Nugget», contactó con el CSIRO, la principal institución pública de investigación y desarrollo autraliana, para ver cómo se podían hacer los billetes más seguros.
Y el CSIRO estableció el «Bank Project«, encabezado por Dave Solomon, y con otros seis de los mejores químicos y físicos de Australia en el equipo. El proyecto tuvo su primera reunión el 1 de abril de 1969, y para febrero de 1972 había completado una lista de especificaciones de seguridad. Entre ellas, usar un polímero como material. Además, también había diseñado un proceso de producción completo.
Poco después, el RBA dio luz verde a la producción de prototipos. Se hicieron dos, uno de 3 dólares y uno de 7 dólares. Las denominaciones fueron escogidas como una broma por lo raras que son, pero también tenían la ventaja añadida de que, si se robaban o se escapaban a circulación, nadie las iba a confundir con un billete de verdad.
La narrativa oficial: el primer billete de polímero de la historia
Aunque toda la parte técnica estaba lista en 1972, el RBA, por motivos burocráticos y con muchas dudas sobre la posible falta de aceptación del público de un billete de plástico (y sobre todo miedo a que pensaran que era un billete de juguete), no decidió seguir adelante con sus planes hasta 1988.
Con motivo del bicentenario de la colonización de Australia, se decidió emitir un billete de plástico de 10 dolares, la misma denominación cuya falsificación había originado el proyecto. La intención era, más que nada, probar como el público reaccionaría y si los beneficios teóricos se harían realidad.
Y funcionó. Funcionó tan bien, de hecho, que Australia comenzaría la transición total hacia el billete de plástico en 1992. Terminaría en 1996, convirtiéndose así en el primer país del mundo en que en tener todos sus billetes hechos exclusivamente de polímero.
Las mentiras de Australia
Desde el punto de vista del márketing, la narrativa oficial es inmejorable: los mejores científicos de Australia se unen en un proyecto para derrotar al crimen organizado, y lo hacen con una innovación tecnológica que revolucionará el mundo, el billete de plástico. Y en una especie de venganza irónica, el primero en ser emitido fue el último en ser falsificado: los 10 dólares.
De película.
Desafortunadamente, como en una película, gran parte de esa narrativa es mentira.
Sí, Australia está mintiendo activamente al mundo. Y el mundo se lo cree.
Pongamos por delante un hecho, el billete de 10 dólares de Australia de 1988 sí es el primero en dos aspectos. Pero son dos aspectos increiblemente rebuscados:
a) Es el primer billete hecho de un tipo concreto de polímero llamado polipropileno bi-orientado (BOPP), que es el que se usa mayoritariamente en la actualidad.
b) Es el primer billete de polímero que incluye elementos ópticos variables, que son lo que comúnmente se conocen como los «hologramas de seguridad».
Es decir, el primero en ser fabricado de una manera concreta y en llevar un elemento concreto.
Pero no es el primer billete de plástico. Ese mérito lo tiene Haití.
Pero Fran, igual es solo un error y en Australia no conocen lo del Tyvek
Créeme, lo conocen.
De hecho, es de sobra sabido en el mundillo profesional que Haití fue el primero. Por ejemplo, Hans de Heij, del Banco Central de Holanda (un tio que ya salió antes en este blog, por cierto) lo dijo abiertamente en una presentación en la Conferencia de Imprentas de Billetes de Banco (BEC) que tuvo lugar en Praga en el año 2002.
Pero, a pesar de todo Australia insiste.
Comentábamos que una de las organizaciones australianas involucradas en el desarrollo de su propio billete de polímero fue el CSIRO. Y leer hoy en día los materiales sobre ese billete disponibles en su página web es fascinante, porque dicen una cosa si lo ha escrito un científico y otra si lo ha escrito alguien de márketing.
Y de todos esos materiales, hay uno que llama poderosamente la atención. Es un libro titulado The Plastic Banknote: from Concept to Reality («El Billete de Plástico: de Concepto a Realidad»), escrito por Dave Solomon, el líder del proyecto de científicos que desarrolló el billete, y por Tom Spurling, profesor universitario de innovación. En él, se cuenta la narrativa oficial australiana con todo lujo de detalles.
Fue publicado por CSIRO Publishing, el brazo editorial del CSIRO, y está disponible para comprar en su web por unos 25 euros al cambio. De hecho, si vas a ver el producto, verás que la reseña dice que «describe la historia del primer billete de plástico, que todos usamos sin mirar dos veces» (a partir de ahora, todas las traducciones son de un servidor).
Esto está claramente escrito por el departamento de márketing.
Pero si por alguna casualidad lees el libro (partes de él están en abierto en Google Books) verás que en la página 25 se hace una pequeña mención a la historia de los billetes de Tyvek:
Ahí, la primera frase dice que «el primer sustrato plástico para billetes fue el Tyvek, un producto de DuPont». Por cierto, sustrato es la palabra técnica para referirse al material.
El siguiente párrafo dice que:
La primera frase dice que «los primeros billetes que usaron película plástica como su sustrato fueron los billetes conmemorativos australianos de 1988″. Ya no son los primeros billetes de plástico, sino que son los primeros en usar un tipo concreto de material plástico en forma de película. Es decir, el BOPP.
Esto lo ha escrito un científico.
Y, por cierto, ese mismo libro cuenta la historia de por qué los conocemos como «billetes de polímero» y no como «billetes de plástico». La idea fue del departamento de márketing del RBA, que creía que la palabra «plástico» tenía connotaciones negativas (cutre, barato y poco fiable). Así que los llamó «de polímero», que suena super Hi-Tech.
¿Y por qué miente Australia?
Hasta ahora hemos visto cómo miente Australia y cómo esas mentiras se desmoronan con una simple mirada a los cimientos de una casa a la que no se le puso Tyvek.
Pero nos queda una última cosa por dilucidar: el por qué de la mentira, y de que Australia tenga tanto interés en que se siga propagando.
Para ello, tenemos que mirar a las relaciones de la industria química y de las imprentas nacionales de todo el mundo a finales de los 80.
El DuraNote y la Varinota
El experimento de Haití con el Tyvek fracasó estrepitosamente, pero sí que consiguió una cosa una cosa: demostró que usar plásticos era posible y viable. Solo era cuestión de encontrar el adecuado.
Y unos cuantos lo intentaron.
Los primeros en intentar ofrecer una alternativa al Tyvek fue la petrolera americana Mobil (hoy parte de ExxonMobil) en conjunción con una pequeña empresa canadiense, hoy extinta, llamada AGRA Vadeko. A principios de los 80, entre ambas, desarrollaron un material basado en el polipropileno, al igual que los australianos. Lo llamaron DuraNote.
A AGRA Vadeko, el DuraNote no le debió de convencer mucho, porque pronto le venderían su parte del negocio a otra compañía canadiense llamada Silba International, que tampoco existe hoy. Silba consiguió convencer a 21 gobiernos (o a 28, depende de la fuente) de todo el mundo para que probaran su material. Entre ellos, Canadá, que en 1988 comenzó con pruebas de imprenta.
Incluso llegaron a ganar un contrato con Estados Unidos en 1998, y su Bureau of Engraving and Printing (responsables de uno de los mayores errores de la notafilia actual, por cierto) imprimió una tirada de unas 40.000 planchas de billetes de prueba en DuraNote, que a día de hoy deben de estar encerradas en algún sótano, porque no ha salido ninguno a la luz. Las pruebas no tuvieron éxito, y eso marcó la muerte del DuraNote como material viable para esta aplicación.
Por otro lado, en Europa también hubo intentos de comercializar polímero para billetes. La responsable fue la casa británica De La Rue, a través de su subsidiaria suiza Giori. ¿Te acuerdas de antes hablamos del Bradvek, la versión del Tyvek de la Bradbury Wilkinson?
Pues De La Rue Giori rebautizó el Bradvek como Varinota e intentó comercializarlo. Hizo, al menos, dos billetes de prueba. Uno con Beethoven, probablemente promocional y sin un país en concreto en mente:
Y otro para China:
Así, llegamos a 1987, y el mundo de la impresión de billetes se topa, de repente, con una guerra de formatos.
Una guerra de formatos que ni el VHS vs. Beta
En esta guerra de formatos hay tres contiendentes: el DuraNote de Mobil y Silba (EEUU-Canadá), la opción australiana del Reserve Bank of Australia y el CSIRO, que años más tarde sería bautizada como Guardian, y el Varinota de Dupont y De La Rue Giori (Estados Unidos, Reino Unido y Suiza) en una distante tercera posición.
Y el premio por ganarla es controlar un monopolio sobre el futuro material de los billetes de todo el mundo.
De repente, Australia, que tenía esa tecnología desarrollada y metida en un cajón desde hacía una década, se encuentra con que se le han adelantado en llevarla al mercado, y que tiene competición por conquistar tan jugoso pastel. En este contexto de altos vuelos, decide que va a hacer dos jugarretas:
- Emitir un billete de polímero tan rápidamente como sea posible
El 27 de enero de 1988, el día siguiente al Día Nacional del país, el Reserve Bank emite su primer billete de polímero. Pero emite una serie muy limitada, y hecha rápido y mal, con los hologramas sin acabar y mal implementados. Estaban tan, tan mal, que los hologramas se podían despegar si se rascaba con la uña, cual Rasca y Gana de la ONCE.
De hecho, la emisión se canceló casi inmediatamente, y no se retomó hasta el 24 de octubre de 1988, con los problemas ya arreglados. Es fácil distinguir una tirada de la otra: la emisión de enero tiene en el segundo y tercer dígito del número de serie un 93, un 94 o un 96.
Y lo apurado de la emisión de enero tiene una razón, que es la segunda jugarreta y la gran mentira que perdura en el tiempo:
- Intentar posicionarse como los primeros en algo
Aunque sí que fueron los primeros en tener un billete de polímero con holograma (y lo sabemos precisamente por este intento de posicionamiento), Australia terminaría por aprovechar que casi nadie conoce el experimento de Haití para reclamar que el del 27 de enero es el primer billete de polímero de la historia.
Con esa mentira, Australia buscaba adquirir la ventaja que el primero en llegar al mercado siempre tiene: reconocimiento de marca, cobertura mediático, y el prestigio de poder decir que eres pionero y que sabes como cerrar el ciclo de investigación a mercado. Y en base a eso, vender la tecnología.
Con esta jugarreta y los fallos en capacidades del DuraNote y del Varinota, Australia acabó ganando la guerra: incluso De la Rue acabó haciendo pruebas que utilizaban Guardian como sustrato.
Justicia Poética
Una cosa es ganar la batalla inicial con mentiras, y otra cosa es convencer al resto de países de que te compren la tecnología.
Y es que, en 1995, Canadá puso en circulación su primer billete de polímero. Para ello, creó un producto local en colaboración con la compañía Domtar, el Luminus. Es un híbrido: entre dos capas de papel, se sutúa una capa de poliester.
El Luminus acabó siendo un un fracaso comercial, pero antes de que eso se supiera, el Reserve Bank of Australia tuvo que reaccionar. En 1996, a través de su imprenta nacional, Note Printing Australia, establece una subsidiaria llamada Securency en joint venture con la compañía canadiense Innovia Films, que a su vez es parte de una compañía aún más grande llamada CCL Industries.
Y la partida la está ganando el Guardian. De hecho, el golpe de gracia lo dieron con dos early adopters en concreto. Uno es México, que adoptó el polímero en 2002, ya que el Banco de México está considerado como una de las instituciones punteras en producción de billetes a nivel mundial. El otro es Nigeria, uno de los países con más uso de billetes del mundo, y que emitió su primer plástico en 2007.
Hoy, más de 30 países usan Guardian. En la lista están Chile, República Domincana, Honduras, Guatemala, Ncaragua, Uruguay, China, el Reino Unido y Rumanía.
Entre esos países también están Malasia, Nepal, Vietnam e Indonesia. Y lo están porque quien nace tramposo es dificil que cambie: en 2011 hubo un escándalo terrible en Australia porque nueve ejecutivos del RBA, de Securency y de Note Printing Australia habían estado sobornando con dinero público a altos cargos de esos países a principios de los 2000 para ganar los contratos de producción de billetes, y manipulando sus cuentas para esconderlo.
Esos nueve ejecutivos, incluidos el CEO y el CFO de Securency, acabaron en la cárcel y las tres compañías pagaron más de 20 millones de dólares australianos en multas. Hubo una investigación del parlamento y todo.
Como resultado del escándalo, el RBA vendió su 50% de Securency a la canadiense Innovia Films. Para intentar distanciarse del tema, CCL decidió renombrar Securency como CCL Secure. Y CCL Secure es un pelín más honesta, dice que su polímero solo fue el primero viable. Lo cual, como sabemos, sí es verdad.
Y así es como Australia perdió el control de su «gran invención» y Canadá, su gran rival en la guerra de formatos, terminó teniendo un dominio casi completo del polímero para billetes con Guardian. ¿Y sabéis quién es la única que se lo desafía? Pues la británica De La Rue (los del Bradvek/Varinota) con su Safeguard, introducido en 2012.
Si eso no es justicia poética, que venga Dios y lo vea.
Por cierto, no es la primera vez que Australia hace cosas raras con su dinero. La primera moneda que hicieron en su historia no era más que una moneda española taladrada.
Menudas vueltas ha terminado dando la historia. Voy a tener que leerlo otra vez varias veces, especialmente la última parte, pero eso solo significa que es un texto fascinante y una narrativa realmente dinámica. Bravo!
Solo un detalle, leyendo las páginas 25 y 26 veo que hablan del Tyvek como una fibra plástica y del polímero australiano como un film. Esta es una diferencia que creo que es clave, al menos para mi mente de químico jeje, dado que aunque ambos materiales son polímeros, no tendrían absolutamente nada que ver, ni a nivel de los monómeros utilizados, ni macroscópico. No es un argumento aceptable dado que los australianos siguen sin ser los primeros billetes plásticos, pero sí que hay diferencias.
Me alegro que te haya gustado, Rubén, y muchas gracias por dar una perspectiva más profesional del tema.
Hasta donde puedo llegar a entender (yo sí que no soy químico), efectivamente, sí hay una pequeña diferencia, y por eso menciono más abajo que los de Australia sí son los primeros en estar hechos de BOPP. De hecho, que el Tyvek sea fibra y el otro película es lo que hace que los de Tyvek, al tacto, parezcan papel, y en los otros se vea claramente que es plástico. No sé si es eso a lo que te refieres con macróscopico.
Exactamente. No lo sé, pero por lo que cuentas me imagino que los de Tyvek se asemejan a la tradicional urdimbre de un tejido téxtil, con hilos entrecruzados siguiendo algún patrón. Los de BOPP, en cambio, serían similares al film con el que envolvemos alimentos en cocina; aquí las fibras de polímero estarían dispuestas de manera paralela entre sí, sin más, como puede hacerse con las de celulosa. Que la tinta agarre a la superficie ya es una cuestión más química que «supraquímica», todo dependerá de la afinidad entre moléculas de tinte y los monederos que conforman la superficie del billete.
En cualquier caso, ¡bravo!
Es curioso cómo a todo el mundo se le olvida que en 1937, durante la Guerra Civil Española, el Consejo Municipal de Calaf emitió billetes en celuloide. Sin contar otros pueblos, colectividades y sindicatos agrícolas que también emitieron moneda en baquelita.
Así que ¿El primer billete del mundo el celuloide en 1982? Para nada.
Las emisiones de Calaf, al no tener un banco central detrás, se consideran en notafilia como una emisión en papel moneda, no como un billete.
Aunque lo he leído más tarde, no quiero dejar de darte las gracias por este regalo de cumpleaños. Muy buen artículo, trepidante narración de hechos reales con sutil opinión.
Vaya, Maria, me alegro de que te haya gustado tanto, y feliz cumpleaños!
Se olvidan de los Billetes de Calaf, en Catalunya, España. Mucho más antiguos.
Hola Francisco, a las emisiones de Calaf les llamamos billetes por tradición, pero realmente son otra cosa, dadas las circunstacias en las que se emitió. También hay otras emisiones en baquelita, por ejemplo. Este artículo se refiere a billetes emitidos por un estado en circunstancias normales.
Buenas tardes, si no es molestia donde puedo encontrar información sobre Las emisiones de Calaf, ¿dónde se emitieron?, ¿cómo eran? hay imágenes, que denominaciones o valores faciales tenían, en que ciudades de España se utilizaron, es algo totalmente nuevo para mi, espero su ayuda
Hola Carlos Alberto!
Los tienes en Numista, por ejemplo.