Como muchos otros coleccionistas, cuando ya era mayorcete retomé una de esas aficciones que te encantaban de pequeño, pero que después, allá por la adolescencia, acabas abandonando. Allá por el año 2016 me reencontré con un viejo álbum de monedas por casa de mis padres, y la chispa volvió a prender. Poco después, fui a mi primera convención numismática.
Al salir, escribí un artículo para una web que ya no existe. Hoy, me tropecé con ese artículo por casualidad, y me dije, ¿pues por qué no compartirlo aquí? Antes de leerlo, tened en cuenta que yo era todo un pipiolo numismático.
Aquí va:
Mi primera convención numismática
Si vas a una convención y les dices que estás buscando monedas de Juan Carlos I, con toda seguridad te van a tomar por un novato. Y muy probablemente tengan razón, dado que esta colección suele ser el segundo paso en la introducción al coleccionismo de moneda española. Yo nunca había ido a una convención antes, así que me prepare como pude para que al menos no se me notara tanto. Y aún así, fracasé estrepitosamente.
El previo
He de reconocer que soy una persona a la que le gusta mucho saber lo que se va a encontrar a la hora de afrontar nuevas situaciones. Y aún sabiéndolo tiendo a ponerme algo nervioso en circunstancias a las que no me había enfrentado antes. Por ello, sentí la necesidad de prepararme a conciencia en lo que es una convención y en lo que es tratar con vendedores. Mi experiencia previa era cero, ya que vivo en una ciudad que a pesar de ser de un tamaño que podría sostener un negocio numismático perfectamente, no queda ninguno abierto (NOTA 2020: Desde aquella, abrió una numismática, y es la única que hay). Sí hay una filatelia, pero ya tiene el cartel de «se traspasa» en la puerta. En definitiva, que no hay sitio donde comprar moneda más allá de internet.
El blog de Adolfo fue un gran recurso para conocer más o menos lo que me podía encontrar, y para recordar, que nunca está de más, que en todos lados hay personas honradas y hay cabrones. Me lo leí y me lo releí en los días anteriores. Mientras tanto, también fui investigando los precios de mercado de una serie de monedas que tenía la intención de comprar en caso de que estuvieran disponibles y de que la conservación y el coste me convencieran.
La convención
La teoría dice que es mejor ir a una convención por la mañana, pero me fue imposible acercarme hasta las 5 de la tarde. No había nada en el hotel que indicara que allí había una convención, lo que fue uno de los graves errores de la organización: no publicitarla. Si yo me enteré, es porque llegué un día por casualidad a la web de Panorama Numismático y a su calendario de convenciones.
Me encontré con dos o tres coleccionistas y unas 7 u 8 mesas de comerciantes. Me paré en todas las mesas, aprovechando para ver monedas de todas las épocas. Por ejemplo, ya en la primera mesa en la que paré, vi por primera vez en directo onzas de oro, y también unos 8 reales columnarios, que es considerada como una de las monedas más bonitas de la numismática española. En esa primera mesa no hablé, me dediqué a mirar las monedas que tenía en los álbumes. No entraban en el foco de mi colección (de momento), así que pasé a la segunda.
En esa segunda, el comerciante tenía moneda medieval en bandejas, algunas muy bonitas. Así que me paré a mirarlas. Pero como nunca había visto tampoco una bandeja en mi vida, no me dí cuenta de lo delgadas que realmente son. El comerciante, viendo que estaba mirando su género pero que no estaba cogiendo las bandejas de debajo, me indicó socarronamente que debajo había más. La primera en la frente. Y teniendo en cuenta que sólo había dos coleccionistas en toda la sala en ese momento, provocó que yo solito me pusiera el cartel de novato. Terminé de mirar, le compré un par de euros conmemorativos que me faltaban, y a la tercera.
En la tercera mesa tuve una mala experiencia. Mirando los álbumes, vi unas 100 pesetas lis arriba que me faltaban. Así que le pregunté al vendedor si tenía la pareja. Con un aliento muy cargado de cerveza, me dijo que iba a mirar, y efectivamente, apareció otra. Pero con la mala suerte de que también fuera lis arriba. Como vio que muy probablemente no fuera a comprar una sin la otra, me espetó: «pero eso no lo colecciona nadie, hombre». Es decir, engañar al novato. Cierto es que cada uno colecciona lo que le da la gana y como le da la gana, pero si razonamos un momento, veremos la soberana gilipollez que es decir eso.
Tú sabes que el que te compra es un novato, y hay una alta probabilidad de que un novato use álbumes Pardo, que sí que hacen la distinción entre lis arriba y lis abajo. (NOTA 2020: Hoy en día matizaría ésto un poco) La colección de Juan Carlos I es completista, así que el comerciante ya la habrá pifiado. Pero si da la casualidad de que el novato no usa esos álbumes, entonces usará cartoncillos, como es mi caso. Y en una ciudad en la que nadie los vende físicamente y la única manera de conseguirlos es Internet, seguro que el novato ha mirado eBay y otras tiendas y numismáticas online, donde ha visto que efectivamente, sí se venden y se coleccionan en parejas. Así que también la ha pifiado.
Salí de esa mesa sintiendo que me habían querido engañar. Menos mal que en la cuarta mesa tuve la mejor experiencia de la convención: un matrimonio de comerciantes que estuvieron charlando conmigo de muchos temas numismáticos y explicándome cosas que no sabía, es decir, tomándose su tiempo en formarme y enseñarme. Evidentemente, el mayor gasto que hice en una mesa, se lo hice a ellos y con diferencia; y además, me fui con su tarjeta. Porque además de currarse las ventas (que en este caso no se limitaron a Juan Carlos), sí que pude percibir el valor añadido que se supone que da un comerciante sobre otras plataformas, que es su conocimiento, y que además, compartieron conmigo.
Pasé a la siguiente mesa, donde compré una moneda nazi (una de mis colecciones secundarias es la moneda de la Segunda Guerra Mundial), y algunas de Franco. El vendedor asumió erroneamente que estaba interesado en el fascismo, así que me contó que tenía muchas cosas de la época y que se vendían muy bien. Las historias eran entretenidas, pero también interesadas. Se notaban que estaban dirigidas a leerme para ver que podía venderme. Así que pasé rápidamente por las siguientes mesas, en las que había mucho bullion, que no es lo mío, y me fui a mi casa a jugar con mis juguetes nuevos, y a pensar sobre lo que había pasado. Y mis reflexiones fueron éstas:
La reflexión posterior
Uno de mis principales miedos era que, coleccionando moneda tan humilde, no hubiera mucho para mí en la convención excepto euros. Afortunadamente me equivoqué. Había de todo, para todos y de todos los precios.
También me di cuenta de una cosa: lo fácil que me resulta soltar la pasta cuando veo la moneda en directo en comparación a Internet. En la red, y según en que moneda, siempre busco a ver donde está más barato. En una convención, no me importa pagar un par de euros más por lo mismo. ¿Cuál es la diferencia? La seguridad de llevarme lo que quiero en la condición que realmente quiero. El Sin Circular recién sacado de cartucho de Internet es una lotería, y la moneda que te manden puede no gustarte nada, aunque efectivamente sea recién sacada de cartucho. El poder ver la moneda en mano en todo su esplendor y saber antes de pagar si vas a estar conforme con ella merece ese eurito extra.
A pesar de esa mala experiencia, que realmente no fue para tanto, me lo pasé genial. Me pasó la tarde volando, aprendí mucho, hice un par de contactos, y me contaron historias de todos los colores (y he reconocer que también puse la oreja en alguna otra). Por lo que me comentaron, no creo que en mi ciudad hagan otra en mucho tiempo, pero ojalá se lo piensen mejor y vuelvan pronto.